Historia de la pediatria

La atención pediátrica siempre ha estado ligada al cuidado de las maternas durante el parto; de allí han surgido temas como la atención materno-infantil, la unidad feto-placentaria, el cuidado de la madre y el niño y el mismo concepto de perinatologìa. Así pues, si bien la obstetricia –en muchas partes practicada con éxito por comadronas y por médicos generales-, se viene ligando desde el siglo XX a la ginecología (una especialidad hoy conocida como Gineco-Obstetricia), en realidad está intrínsicamente ligada a la supervivencia y bienestar del producto de la concepción, es decir del niño, que es el objeto del cuidado pediátrico.
El parto, o el nacimiento por cualquiera de las vías por las que se realice, es una de las situaciones más humanas por las que atraviesa la especie humana. En él se conjugan el amor, el dolor, la ciencia, la supervivencia, la genética, la teología y la historia, entre muchas otras disciplinas. La nutrición también como algo importantísimo, porque algunas de las experiencias pioneras en pediatría estuvieron relacionadas con la lactancia y la alimentación infantil.
La primera referencia a la pediatría no está en el Génesis en la historia de Caín y Abel, aunque la anestesia y analgesia obstétricas si sean un caritativo alivio del “parirás con dolor”. El libro de Pediatría más antiguo que existe es uno de los llamados “Papiros de Berlín”, un breve e interesante documento escrito en el año 1450 antes de Cristo, que tiene una serie de conjuros y prescripciones para proteger a madres e hijos, y para tratar las enfermedades de la infancia, un campo tradicional de la medicina general. La historia de la humanidad ha estado signada por un concepto impregnado en el predominio del sexo masculino, como guerrero por antonomasia, líder y gobernante, y llama la atención que entre los egipcios ya hubiese unas personas interesadas en aliviar los difíciles momentos que debían vivir seres humanos muy vulnerables, las mujeres en trance de parto y los recién nacidos, atención que normalmente se asignaba a otras mujeres, las que normalmente podían entender la debilidad de esas personas.
Y todo esto pasó al olvido hasta Sorano, médico del Asia Menor que ejerció en Roma a finales del siglo I y en las dos primeras décadas del segundo, quien parece haber sido autoridad en ginecología, obstetricia y pediatría entre los antiguos. Se interesó en el embarazo y en el período neonatal, describiendo la versión podálica y la silla obstétrica, enseña cómo debe ligarse el control umbilical, advierte que al recién nacido hay que lavarle los ojos, e indica que los dos primeros días de vida son para darle agua hervida y miel, y luego sí lactancia materna. Se ocupó del raquitismo pues sugiere no poner demasiado pronto al niño a pararse y caminar, ya que los huesos no son firmes y pueden torcerse.
Un abogado y médico londinense del siglo XVI, Tomás Phaer, escribió un libro “de los niños”, considerado texto de pediatría. Es una compilación de los conocimientos de la época y habla de cómo facilitar la salida de los dientes, de los terrores nocturnos y de que agitar demasiado al niño puede causar vómito.
Nuevamente en Londres, siglo XIX, el tocólogo Charles West escribe sus “Conferencias sobre el cuidado de los niños” y en 1852 se fundó el “Hospital para niños enfermos de la Calle Gran Ormond”, gracias a su trabajo. En esta institución trabajó ya en el siglo XX Jorge Still quien escribió una historia de la pediatría, John Thompson en Edimburgo y Eduardo Henoch en Berlín, investigaron en las enfermedades infantiles y en la nutrición de los niños. Aunque no fue pediatra, el aporte de Eduardo Jenner con su vacuna de la viruela fue realmente importante. En Norteamérica se desarrolló también la pediatría, con numerosas investigaciones y libros de texto.




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